miércoles, 13 de octubre de 2010

Corruptópolis, el increíble cuento de las tierras pipopes

Todo empezó hace unos veinte años cuando aquel señor quiso construir su piñalópolis expropiando cientos de hectáreas  a los pobres del reino. El negocio no pudo ser, pues el señor Bar, recién llegadito sonó con construir la ciudad del futuro… así pues se puso a planear y delimitar las áreas de la nueva metrópoli. Los planes maestros le salieron bien, pero en los detalles hubo muchos problemas: se ignoraron las prácticas mundiales de planeación urbana y se colocaron las zonas más lujosas junto a las viviendas más pobres, se construyó el puente más moderno “aterrizando” frente a las chozas más humildes, aquellas cubiertas de espantosísimas chimeneas negras conocidos como “chimtoplas”. Pero eso no importó, llegaron los acaudalados mercaderes interesados en invertir en la metrópoli.

Por décadas los pipopes y los cholulos habían convivido sin complicaciones, pero al llegar las inversiones se inventaron un problema: tenían que redefinir el límite entre sus comarcas. Los diputillos, enanos responsables de trazar a dónde iban la cercas se pusieron a discutir que si el arroyo, que si el canal o el capricho del tlatoani deberían ser los criterios para definir el nuevo límite… Así se tomaron más de una década sin que a la hora de escribir este cuento hubieran encontrado una solución. Eso sí a cada rato comentaban a los pobladores que estaban trabajando “muy seriamente” para dar una solución pronta y expedita al problema. En la realidad esos diputillos no hacían más que los bueyes del establo… esperar a la ordeña de las vacas que todo el pueblo mantenía.

Bar mandó construir una caballopista como las mejores del mundo, pero los constructores fallaron por 2 microleguas en las especificaciones. La pista tuvo que ser demolida y el terreno destinado a educar tecnológicamente a los futuros ingenieros para que no cometieran los mismos errores en las nuevas construcciones. Años más tarde el señor Lupumalo prometió a los cuatro vientos invertir veinte lingotes de oro en aquel exitoso centro educativo para impulsar innovaciones del comercio, pero el tiempo pasó y su compromiso no se cumplió. Eso sí los lingotes fluyeron a raudales para construir al lado un complejo del circo que se dice benefició inocultablemente a un señor medio güero.

Mientras tanto los amantes del dinero mal habido vieron la oportunidad de hacer negocio a sus anchas. Hubo de todo: polacos y privatos. Por un lado los señores leoninos, del clan de los privatos, quisieron hacer el Templo del Camino, calcularon mal el proyecto y tuvieron que invadir el terreno del vecino polaco, pusieron una cerca robando espacio para que cupiera la iglesia: ¡la ilegalidad al servicio de las causas religiosas! El entonces rey Mel intentó tumbar la cerca, los leoninos la pusieron de nuevo… los diputillos ni se enteraron y así el asunto se olvidó. Otros señores privatos quisieron hacer una torre de habitaciones, pero se pelearon entre sí y acabaron convirtiendo el castillo en una enfermería pipope.

La coordinadora de los privatos en el mercado “angelical”, el más grande de la zona,  ayudó a promover al que se veía como futuro rey de la comarca, un tal Zalivón, muy conocido por comprar casas a oscuritas y mentir sobre los seguidores que tenía. Mientras tanto ella olvidó los códigos escritos por los diputillos que exigían lugares gratuitos para los caballos de los visitantes al mercado angelical. No conforme con ello la dirigente subió el precio del espacio, dicen que dizque para juntar lingotes para la campaña del fracasado Zalivón. El pueblo protestó como nunca con una red de mensajes de humo aprovechando las nuevas tecnologías de vaporización.

Mientras tanto los polacos y privatos se dieron cuenta que si trabajaban juntos podrían robar más. Así surgieron los nuevos señores feudales invirtiendo por aquí y por allá. Los polacos, encabezados por el señor Javigarfio hicieron las obras “más caras” de que se tenga memoria, mientras los privatos fungían como prestanombres para hacer los castillos de los polacos. Ambos disfrazaban el paso de lingotes, pero no podían ocultar las nuevas mansiones, torres y caballos de lujo que inundaron la comarca, particularmente en la zona de La Pista. Cualquier nuevo residente polaco que ahí vivía atribuía su éxito a los negocios que hacía en paralelo a su cargo público. La pista sin embargo estaba clara: habían robado todo para vivir en la Pista.

La ley estaba ausente, pues años antes en la época del rey Mel, el encargado de la justicia, un señor Pachuco puso el ejemplo a los polacos y privatos… Quizá inspirado por el fracaso del moderno puente que no llevaba a ningún lado quiso que del otro lado la cosa fuera igual. Pachuco construyó el templo de la justicia que no habría de existir. Para inspirarse colocó las letras doradas más caras del reino. Su legado no dejó lugar a dudas: corruptópolis fue el reino Mexica con peor impartición de justicia.

El desdén por la ley impregnó toda la metrópolis. La pinza que lo permitía se cerró con la ayuda de los señores “notorios”, responsables de avalar los cambios legales en el uso de suelo. Así un tal Monterón convirtió tierras destinadas al paseo de la comunidad en propiedad de un privato. Ambos, el notorio y el privato fueron premiados por su complicidad: Monterón trabajó con el rey Mar para luego fracasar junto a Zalivón en convertirse en el nuevo líder de los pipopes, mientras que el privato recibió como trofeo al equipo de lucha grecorromana del reino, tras los coscorrones y encarcelamiento por parte del rey Mar al antiguo dirigente Pernat.

El terreno era lo más valioso en corruptópolis, por ello los espacios públicos debían achicarse o desaparecer. Así se le quitó el cuidado de las Tierras del Arte a una gran mujer de nombre Biónica, quien en su convicción por defender la ley pidió que no se construyeran cosas indebidas en dicha tierra. Otra mujer, que entonces gobernaba pipopelandia, de nombre Clara y apodada como “Gris” tuvo miedo del rey Mar y simplemente se olvidó de cumplir la ley cuando aquel empezó a construir sin permisos. Gris estaba obligada a detener la obra, pero se acobardó (como ya antes lo había hecho al desistir de hacer los grandes puentes que requerían los pipopes). Todo esto se ventiló entre los muy conocidos juglares de la asociación “tedarisa” quienes no dudaron en entrevistar a Biónica. Ante ello el rey Mar quiso darle un coscorrón, pero ella no se dejó. El reino entero se volcaría nuevamente contra el rey Mar, quien no parecía haber aprendido la lección de haber dado otros coscorrones indebidos a mujeres que sólo buscaban la justicia. Sobra decir que frente a las Tierras del Arte ya había castillos robados al jardín en la época de Mel y ahora en el reinado de Mar estaban en construcción nuevos castillos producto del contubernio entre el famoso y “exitoso” polaco Estafón (por cierto habitante de la Pista) y sus cuates los privatos.

Así fue como en veinte años tras el paso de los reyes Pi, Bar, Mel y Mar corruptópolis creció y se convirtió en el testigo mudo del desdén, las complicidades, el robo, el contubernio, los coscorrones y la impunidad. Corruptópolis fue quizá la tierra con más alta densidad de tranzas de que se tenga memoria. Se dice que cerca de Corruptópolis al otro lado de la “Laguna del Charquillo” en la comarca de Asuuu-mecha se han robado los terrenos y encarcelado a los campesinos que ahí labraban. Los polacos construyeron cercas, quizá en complicidad con los diputillos para crear una nueva “Robachópolis”. Mientras tanto los pobres Asuuu-mechenos estiraron la vista más allá de la Pista, mandando sus plegarias al Templo del Camino en espera de que los visitara la virgen del templo cercano, aquel al otro lado del puente… Esperaron y esperaronDoña Justicia nunca salió.


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